lunes, 21 de noviembre de 2016

El elefante desaparece

Son muchos los cuentos que reúne Murakami en este volumen. Diecisiete en total (y reviso el índice para no equivocarme). Sí, diecisiete. Varios cuentos largos. A mitad del libro ya sabes que la cosa no es contigo. No eres fan de Murakami y, a menos que aparezca una joya, le pondrás una estrella en Goodreads. (En efecto, la joya nunca apareció y le puse su más que merecida y solitaria estrella.)

Haruki Murakami (pronúnciese en esdrújulas, despistado lector: Háruki Murákami) tiene una fascinación por los cuentos de relleno, aquellos que ayudan a engrosar los libros para que permanezcan erectos e imponentes en mesa de novedades. O quizá se trata de todo el mediocre arsenal con el que contaba el autor. Los residuos de su literatura breve, primero publicados en inglés hace 23 años. Juntar cuentos dispersos es un acto de desprecio a los lectores. Es darles las sobras que uno ha ido acumulando tras largas jornadas de infructuosa labor de escritura. Es también una manera de mellar la propia reputación de escriba que tienta cada año el Premio Nobel de Literatura (hace poco se lo ha ganado un cantante). Un puto desacierto, en suma. Un suicidio. Harakiri Murakami.

Para aligerar la cosa vamos, por tanto, a enumerar algunas situaciones o elementos recurrentes en estas historias:

—Jazz y gatos.
—Un tipo se recuesta sobre el sofá para beber una cerveza.
—Menciones de marcas: McDonald's, Adidas, Sony. (Juraría que ahora mismo Murakami está escribiendo algo en donde se menciona a Pokémon Go.)
—Gatos.
—Todos los relatos son en primera persona.
—Salvo el primer relato, el resto importa una mierda.
—Jazz.
—Todas las mujeres son amas de casa. 
—Si no son amas de casa, quieren follar, y cuando no quieren follar están fregando cacharros. 

El universo de Murakami tiende a la contracción, y uno supone que sus temas se agotan o languidecen de tan repetitivos que resultan. Por eso, insisto, hay que ser muy fan de Murakami para que todo esto tenga sentido o implique un valor agregado en su cobarde literatura de jazz y gatitos. Así de light.

(Pasaba una cosa bastante peculiar mientras me martirizaba leyendo estos cuentos. El libro se me puso cuesta arriba, y cada vez que me ponía a él avanzaba con desgano una o dos o tres páginas. De tan aburrido que era, pensé que lograría aliviar un poco mi insomnio. Pero no. Todo lo contrario. Era tan cansino que —extrañamente— me crispaba los nervios y podía estar alerta. Llamemos a este efecto La paradoja Murakami.) 

Esto ha sido como hacer la cola del banco y escuchar la cháchara de dos ancianos. Ni la Munro, oiga.

MURAKAMI, Haruki. El elefante desaparece. Lima: Tusquets, 2016.

No hay comentarios:

Publicar un comentario